viernes, 27 de noviembre de 2009

Ensayo

Está sola y lo sabe. Yo lo sé. La observo mientras duerme, serena y hermosa como un ángel. Al menos por unas horas puede olvidarse de su inconmensurable soledad, de la angustia que rasga sus entrañas. Deseo hacer algo por ella...

Cuando golpearon a la puerta se sobresaltó. Mientras se incorporaba en la cama el temor sacudía levemente su cuerpo frágil y pequeño. Su certeza de abandono, férrea como un dogma, vaciló ante la insistencia de los golpes. Se levantó decidida, pero una ligera puntada en su costado la hizo trastabillar.

Abrió la puerta y allí, entre las sombras eternas de aquel invierno nuclear, vio a un hombre joven, resplandeciente como un efebo. Al confundirse en un abrazo tuvo la sensación de que algo los unía, algo más que la situación en que ambos se encontraban.

Y de alguna forma así era.

Para mí fue sencillo abrirme paso a través de su sueño y, sin que lo advirtiera, extraerle una costilla.

Quizás esta vez resulte mejor...