Mariana había vuelto a dormirse, pero la pesadilla parecía continuar en el punto donde se había interrumpido. La escalera de la casa de Diego con el pasamanos de roble lustroso y los hombres que entraban corriendo y que ahora suben a la pieza y patean la puerta y Diego que se despierta sobresaltado y grita y los tipos que lo golpean y lo arrastran afuera de la cama y lo sacan, desnudo casi, hasta la calle y Diego que se resiste y a golpes y empujones lo introducen en el auto, que lo lleva...
Mariana todavía confundida buscaba con sus ojos en la oscuridad hasta que encontró el resplandor de las agujas fluorescentes que marcaban las cinco; casi de inmediato tuvo la certeza que no volvería a dormirse. Dio un par de vueltas en la cama, desperezándose, y se levantó. Ya en la cocina puso a calentar un café. Una y otra vez repasaba mentalmente las imágenes sin poder encontrar una explicación.
Cerca de las siete llamó a la casa de Diego con la intención de encontrarse pero su madre le dijo que ya había salido. Se reunirían con el grupo en Constitución.
Mientras caminaba hasta el colectivo decidió que no le contaría nada a Diego de su sueño; se reiría de ella, como otras tantas veces, la llamaría chiquilina y diría, con razón, que no hay nada que temer en un sueño tan absurdo y, en realidad, ella no alcanzaba a comprender por qué esas imágenes la habían aterrorizado tanto.
Trató de olvidar el asunto y por un momento casi lo logró. En la estación todo giraba en torno a los saludos y las bromas de costumbre y el único problema era que Laura se había olvidado la guitarra. Pero que importaba si ahí estaba Diego sonriéndole, tan hermoso, envuelto en la bandera de la UES que Mariana sintió un cosquilleo en la entrepierna y algo le dijo que ese iba a ser el primer hombre en su vida y quizás él se animaría y aprovecharía la ocasión para tirársele.
Pero ya en el tren esa certidumbre de amor se vio invadida nuevamente por el temor, y las imágenes de la pesadilla la hicieron estremecer o quién sabe cuando Diego la abrazó mientras cantaban la marcha, porque hoy llegaba Perón y en Ezeiza todo sería una fiesta y después ella sería la compañera de Diego en las actividades del Centro y en las villas enseñando a leer y escribir y quién podría sentir miedo de un sueño tan absurdo que dónde viste que unos tipos entren a tu casa en la noche sin llamar y que te saquen a los golpes y te metan en un auto para llevarte quién sabe adónde...
viernes, 27 de noviembre de 2009
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