viernes, 27 de noviembre de 2009

Decisiones

Por la mitad del pasillo volvió a escuchar una nueva andanada de gritos y berridos. Había salido, con la excusa de comprar cigarrillos, pero la verdad era que no soportaba los gritos de su mujer y el berrido de los chicos.

Hacía tiempo que la idea había empezado a trabajarle la cabeza. Ya en la calle dudó un momento, no tenía en claro adónde iba; una enorme presión le aflojaba las piernas...

Una hora más tarde salía del bar con el paso decidido, el alcohol le había devuelto las fuerzas; de regresó compró cigarrillos.

"¡Qué vida de mierda" -suspiró, luego de la primera pitada- "Si, no queda otra".

Entregado por completo a sus pensamientos no tenía conciencia de las cuadras que había caminado. Nunca el camino a su casa le había resultado tan corto. Reaccionó cuando el tipo que dobló corriendo en la esquina casi lo atropella; frenó justo para que el otro lo esquive.

Faltaba nada más que media cuadra, sintió un escalofrío. Su paso se hizo más lento al recordar lo que había pensado entre trago y trago:

"Todo es tan sencillo" -le había comentado a Antonio, el mozo- "sería cuestión de entrar decidido, dirigirse al dormitorio, tomar el revólver de la mesa de luz, balear primero a su mujer, luego a los niños y por último apoyar el cañón en su propia sien y disparar..."

"No seas boludo" -le había dicho Antonio, que lo conocía desde hacía tiempo- "¿no sería mejor hablar con tu mujer?"

Y si, tenía razón, por eso iba decidido a hablar con su mujer y proponerle una separación amistosa. Ahora su paso se hizo más lento, abrigaba la esperanza de que estuvieran dormidos y posponer todo hasta mañana. Entró con cautela al pasillo oscuro, prestó atención, no se escuchaba nada. Empujó la puerta suavemente tratando de no hacer ruido, y sin prender la luz se dirigió a la pieza, mañana sería otro día...

Lástima que al entrar al dormitorio, encontró, en medio de un desorden impresionante, a su mujer ultrajada, con las ropas destruídas, sobre la cama y a sus hijos baleados, y lo peor, su propio revólver en el piso, el que levantó por curiosidad, y seguramente algún vecino ya habría avisado a la policía, porque la sirena se escuchaba tan cercana, ahí nomás en la calle y ya estaban intentando derribar la puerta, y él con el arma en la mano sin poder decidirse a disparar el último tiro...

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