Hacía años que vivía inmerso en un sopor de tristeza y melancolía, más exactamente desde que falleció su mujer.
Los vecinos y amigos habían intentado convencerlo de que vendiera la casa y se mudara a algo más chico; y después de todo tenían razón, esa casa, además de ser muy grande para un hombre solo, estaba poblada de fantasmas. Por cierto que muchas noches había sentido temor y creía escuchar ruidos sospechosos, en el patio, en la terraza...
Esa noche se encontraba particularmente nervioso, como esos animales encerrados que presienten la tormenta.
Un ruido en la puerta de afuera lo había sobresaltado; de ahí en más todo fue una sucesión de sonidos que acrecentaban cada vez más su temor. Se acercó a la puerta de entrada y escuchó pasos que avanzaban por el patio. Sintió pánico; ahora introducían algo en la cerradura que se resistía, se acercó más a la puerta y loco de terror descolgó el hacha. Escuchó el ruido de la cerradura que cedía. Levantó el arma. Transpiraba. Vio como bajaba el picaporte. Respiró hondo. Ahora sí, la puerta se abría. El corazón bombeaba enloquecido toda su angustia. Una silueta asomó en el vano de la puerta. Contuvo el aire; y bajó el hacha con fuerza. Escuchó el estallido del cráneo, la sangre le salpicó la cara, soltó el hacha, cerró los ojos...
Cuando volvió a abrirlos vio al hombre tendido de espaldas y el horror volvió a acorralarlo.
- ¡NOOOOO! -gritó-. Y el grito estalló en la noche encendiendo las luces de las casas vecinas. El viejo cayó de rodillas, llorando.
Después de tantos años, vacíos de noticias, esta noche por fin, su hijo había regresado.
viernes, 27 de noviembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario