viernes, 27 de noviembre de 2009

Ensayo

Está sola y lo sabe. Yo lo sé. La observo mientras duerme, serena y hermosa como un ángel. Al menos por unas horas puede olvidarse de su inconmensurable soledad, de la angustia que rasga sus entrañas. Deseo hacer algo por ella...

Cuando golpearon a la puerta se sobresaltó. Mientras se incorporaba en la cama el temor sacudía levemente su cuerpo frágil y pequeño. Su certeza de abandono, férrea como un dogma, vaciló ante la insistencia de los golpes. Se levantó decidida, pero una ligera puntada en su costado la hizo trastabillar.

Abrió la puerta y allí, entre las sombras eternas de aquel invierno nuclear, vio a un hombre joven, resplandeciente como un efebo. Al confundirse en un abrazo tuvo la sensación de que algo los unía, algo más que la situación en que ambos se encontraban.

Y de alguna forma así era.

Para mí fue sencillo abrirme paso a través de su sueño y, sin que lo advirtiera, extraerle una costilla.

Quizás esta vez resulte mejor...

Naufragio

"- Entonces era cierto..." -dijo para sí- "los instrumentos no habían fallado. La turbulencia funcionó como una puerta dimensional y ahora estoy de nuevo en la Tierra, pero ¿a qué distancia temporal de mi partida?"

"- No debe ser mucha". -pensó- ya que la arquitectura de las casas le resultaba familiar, pero llevaba días caminando y no había encontrado una sola señal de vida, sólo osamentas brillando al sol y pueblos abandonados.

"- Finalmente habrá sucedido... la tercera guerra... "

En el año dos mil, cuando partió la expedición ya se hablaba de la posibilidad de una nueva guerra de la que no habría sobrevivientes.

"- No tiene sentido seguir caminando, pasaré la noche en el próximo pueblo; quizás allí obtenga alguna pista."

Revisó casa por casa y no encontró absolutamente nada. Le quedaba por ver la estación del ferrocarril. Corrió hacia las afueras del pueblo. La vieja estación se mantenía incólumne, aún sumergida en el polvo. En la sala de espera el expendedor de periódicos parecía haber sobrevivido a las inclemencias del tiempo, se acercó y tomó un ejemplar fechado dieciocho de julio de dos mil ochenta y siete. Se confirmaban sus sospechas. Los titulares anunciaban la inminencia del holocausto.

Se derrumbó en un sillón, completamente agotado. Estaba a punto de cerrar los ojos cuando lo sobresaltó un ruido entrecortado que venía de la oficina contigua.

Se asomó con cautela, el ruido se tornó más definido y se quedó paralizado, contemplando azorado el constante repiqueteo del receptor telegráfico.

El Regreso

Mariana había vuelto a dormirse, pero la pesadilla parecía continuar en el punto donde se había interrumpido. La escalera de la casa de Diego con el pasamanos de roble lustroso y los hombres que entraban corriendo y que ahora suben a la pieza y patean la puerta y Diego que se despierta sobresaltado y grita y los tipos que lo golpean y lo arrastran afuera de la cama y lo sacan, desnudo casi, hasta la calle y Diego que se resiste y a golpes y empujones lo introducen en el auto, que lo lleva...

Mariana todavía confundida buscaba con sus ojos en la oscuridad hasta que encontró el resplandor de las agujas fluorescentes que marcaban las cinco; casi de inmediato tuvo la certeza que no volvería a dormirse. Dio un par de vueltas en la cama, desperezándose, y se levantó. Ya en la cocina puso a calentar un café. Una y otra vez repasaba mentalmente las imágenes sin poder encontrar una explicación.

Cerca de las siete llamó a la casa de Diego con la intención de encontrarse pero su madre le dijo que ya había salido. Se reunirían con el grupo en Constitución.

Mientras caminaba hasta el colectivo decidió que no le contaría nada a Diego de su sueño; se reiría de ella, como otras tantas veces, la llamaría chiquilina y diría, con razón, que no hay nada que temer en un sueño tan absurdo y, en realidad, ella no alcanzaba a comprender por qué esas imágenes la habían aterrorizado tanto.

Trató de olvidar el asunto y por un momento casi lo logró. En la estación todo giraba en torno a los saludos y las bromas de costumbre y el único problema era que Laura se había olvidado la guitarra. Pero que importaba si ahí estaba Diego sonriéndole, tan hermoso, envuelto en la bandera de la UES que Mariana sintió un cosquilleo en la entrepierna y algo le dijo que ese iba a ser el primer hombre en su vida y quizás él se animaría y aprovecharía la ocasión para tirársele.

Pero ya en el tren esa certidumbre de amor se vio invadida nuevamente por el temor, y las imágenes de la pesadilla la hicieron estremecer o quién sabe cuando Diego la abrazó mientras cantaban la marcha, porque hoy llegaba Perón y en Ezeiza todo sería una fiesta y después ella sería la compañera de Diego en las actividades del Centro y en las villas enseñando a leer y escribir y quién podría sentir miedo de un sueño tan absurdo que dónde viste que unos tipos entren a tu casa en la noche sin llamar y que te saquen a los golpes y te metan en un auto para llevarte quién sabe adónde...

Decisiones

Por la mitad del pasillo volvió a escuchar una nueva andanada de gritos y berridos. Había salido, con la excusa de comprar cigarrillos, pero la verdad era que no soportaba los gritos de su mujer y el berrido de los chicos.

Hacía tiempo que la idea había empezado a trabajarle la cabeza. Ya en la calle dudó un momento, no tenía en claro adónde iba; una enorme presión le aflojaba las piernas...

Una hora más tarde salía del bar con el paso decidido, el alcohol le había devuelto las fuerzas; de regresó compró cigarrillos.

"¡Qué vida de mierda" -suspiró, luego de la primera pitada- "Si, no queda otra".

Entregado por completo a sus pensamientos no tenía conciencia de las cuadras que había caminado. Nunca el camino a su casa le había resultado tan corto. Reaccionó cuando el tipo que dobló corriendo en la esquina casi lo atropella; frenó justo para que el otro lo esquive.

Faltaba nada más que media cuadra, sintió un escalofrío. Su paso se hizo más lento al recordar lo que había pensado entre trago y trago:

"Todo es tan sencillo" -le había comentado a Antonio, el mozo- "sería cuestión de entrar decidido, dirigirse al dormitorio, tomar el revólver de la mesa de luz, balear primero a su mujer, luego a los niños y por último apoyar el cañón en su propia sien y disparar..."

"No seas boludo" -le había dicho Antonio, que lo conocía desde hacía tiempo- "¿no sería mejor hablar con tu mujer?"

Y si, tenía razón, por eso iba decidido a hablar con su mujer y proponerle una separación amistosa. Ahora su paso se hizo más lento, abrigaba la esperanza de que estuvieran dormidos y posponer todo hasta mañana. Entró con cautela al pasillo oscuro, prestó atención, no se escuchaba nada. Empujó la puerta suavemente tratando de no hacer ruido, y sin prender la luz se dirigió a la pieza, mañana sería otro día...

Lástima que al entrar al dormitorio, encontró, en medio de un desorden impresionante, a su mujer ultrajada, con las ropas destruídas, sobre la cama y a sus hijos baleados, y lo peor, su propio revólver en el piso, el que levantó por curiosidad, y seguramente algún vecino ya habría avisado a la policía, porque la sirena se escuchaba tan cercana, ahí nomás en la calle y ya estaban intentando derribar la puerta, y él con el arma en la mano sin poder decidirse a disparar el último tiro...

Tango traidor

Hacía años que vivía inmerso en un sopor de tristeza y melancolía, más exactamente desde que falleció su mujer.

Los vecinos y amigos habían intentado convencerlo de que vendiera la casa y se mudara a algo más chico; y después de todo tenían razón, esa casa, además de ser muy grande para un hombre solo, estaba poblada de fantasmas. Por cierto que muchas noches había sentido temor y creía escuchar ruidos sospechosos, en el patio, en la terraza...

Esa noche se encontraba particularmente nervioso, como esos animales encerrados que presienten la tormenta.

Un ruido en la puerta de afuera lo había sobresaltado; de ahí en más todo fue una sucesión de sonidos que acrecentaban cada vez más su temor. Se acercó a la puerta de entrada y escuchó pasos que avanzaban por el patio. Sintió pánico; ahora introducían algo en la cerradura que se resistía, se acercó más a la puerta y loco de terror descolgó el hacha. Escuchó el ruido de la cerradura que cedía. Levantó el arma. Transpiraba. Vio como bajaba el picaporte. Respiró hondo. Ahora sí, la puerta se abría. El corazón bombeaba enloquecido toda su angustia. Una silueta asomó en el vano de la puerta. Contuvo el aire; y bajó el hacha con fuerza. Escuchó el estallido del cráneo, la sangre le salpicó la cara, soltó el hacha, cerró los ojos...

Cuando volvió a abrirlos vio al hombre tendido de espaldas y el horror volvió a acorralarlo.

- ¡NOOOOO! -gritó-. Y el grito estalló en la noche encendiendo las luces de las casas vecinas. El viejo cayó de rodillas, llorando.

Después de tantos años, vacíos de noticias, esta noche por fin, su hijo había regresado.

Despedida

¿Quién que lo viera podía dudar que estaba enamorado?. No hacía otra cosa que hablar de su mujer. Siempre la sonrisa a flor de labios... los ojos entornados...

Era para todos un hombre enormemente feliz. Impecablemente vestido, educado en el trato, siempre dispuesto a colaborar con sus compañeros.

Desde que había entrado a trabajar en la oficina, nunca lo habían visto malhumorado. Por eso a todos extrañó que ese lunes estuviera como ausente, pensativo. Todos le manifestaban su preocupación, pero el había rechazado cortésmente todo ofrecimiento de ayuda.

Si bien era manifiesto el cariño que prodigaba a su esposa, no era afecto a contar intimidades. ¿Cómo explicar entonces que la pasión desencadenada por el encuentro de sus cuerpos, en interminables noches lujuriosas, se había ido enfriando aceleradamente de un tiempo a esta parte? ¿Que el diálogo, tan fluído en otros momentos, se había reducido prácticamente a un monólogo declamativo de su amor?.

No había querido pensar en eso, pero, de alguna manera, durante el fin de semana, ante la total indiferencia de su esposa, la idea se había instalado definitivamente en su cabeza.

Y ahí estaba nuevamente, pensando en la posibilidad de poner fin a esa situación.

No era hombre de dilatar las cosas, por eso debía tomar ya, una decisión.

De regreso a su casa ultimó los detalles del planteo.

Al entrar, se dirigió sin dudar al dormitorio, ella estaba en la cama.

- Querida... -le dijo- creo que tenemos que hablar.

El silencio le abofeteó la cara como única respuesta; por lo que, ante la evidente falta de interés de su mujer, optó por deshechar el discurso que había preparado y fue directo al grano.

- Vamos a tener que separarnos... -afirmó con total seguridad-

Y se quedó en silencio, mientras observaba el racimo de minúsculos gusanos, que se agitaban en la boca entreabierta que tantas veces había besado.

Simetrías

Hacía tiempo sospechaba que su mujer andaba con otro. Durante meses su cerebro torturado, ametrallado por el tableteo de las máquinas de escribir no había pensado en otra cosa. La idea de ella en la cama con otro lo acosaba permanentemente. Lo engañaba, sí, pero lo iba a pagar muy caro. Con unos pesos que tenía guardados compró una pistola.

Ese día pidió permiso en la oficina para salir más temprano. Estaba nervioso.
Cuando bajó del colectivo no recordaba siquiera haber subido. Iba con la mirada perdida, obnubilado. Entró al edificio; subió al ascensor y marcó el piso cinco. Con un gesto obsesivo se palpó el bolsillo.

Bajó del ascensor con la llave en la mano. Miró la letra "C" del departamento y le pareció más grande -C de cornudo- pensó, y se enfureció más todavía. El pulso le temblaba y no podía embocar la llave; maldiciendo empujó la puerta con el hombro y ésta cedió. Entró hecho una fiera y se dirigió al dormitorio sacando el arma.

Ahí estaban los dos cuerpos, desnudos sobre la cama, abrazados, dormidos...

Hasta que no se apagó el eco del último disparo no escuchó el llanto del niño; recién ahí reparó en la cuna. Pero... ¡No podía ser! Comprendió. ¡Dios mío! atinó a decir antes de introducirse el cañón aún caliente en la boca y gatillar.

Al escuchar las detonaciones la gente del edificio se había asomado a las ventanas.

En el edificio contiguo también había curiosos asomados, como intentando garantizar la simetría de dos construcciones tan idénticas.

En la puerta del 5º "C" una pareja se despide.

- ¿Qué habrán sido esos tiros? dijo el hombre.

- Quién sabe, a lo mejor un robo.

- ¿Realmente querés que me vaya?.

- Si, mejor; no sea cosa que a mi marido se le ocurra venir más temprano.